¿»Unidad» sectaria?

Las posiciones y propuestas frente a dos temas definen la naturaleza progresista o no, de las fuerzas políticas en el actual contexto latinoamericano. Y ello abarca tanto el variado espectro de derechas, como el de las denominadas izquierdas, también diverso y multiforme. Y esto es válido para Nicaragua.

Los temas son democracia y corrupción.

En las últimas décadas, fuerzas definidas como izquierda, han tenido en varios países latinoamericanos la posibilidad de llegar a ser gobierno. Y lo han hecho mediante elecciones, en el contexto de la -antes doctrinariamente denostada- “democracia burguesa”. Más tarde o más temprano, algunas de ellas hicieron públicas sus intenciones de deshacer las reglas de esa democracia. No para perfeccionarla ni profundizarla, sino para perpetuarse en el poder y llevar a cabo -según ellos- revoluciones que solo existen en el discurso.

La frase de Hugo Chávez en su toma de posesión presidencial, el 2 de febrero de 1999, “Juro sobre esta moribunda constitución…”, más que un recurso retórico que él tanto acostumbraba, fue la anunciadora de lo que vino después, tanto en las restricciones a la democracia -que no han sido mayores por la unidad y la fuerza de la oposición democrática que las ha impedido- como en la desastrosa gestión económica, procesos -ambos-que han colocado a Venezuela en el estado calamitoso actual, y cuyas consecuencias pagan los más pobres, en nombre de quienes, precisamente, se dice que hay una revolución. Y la corrupción en el gobierno venezolano ha ido a la par.

En cambio, fuerzas progresistas de izquierda que han gobernado en el contexto de las reglas de la democracia, no sin reconocer sus imperfecciones, como en Chile, han enfrentado –pagando sus costos políticos- las consecuencias de las manifestaciones de corrupción. Incluso en Brasil -más allá de la responsabilidad de Dilma Rousseff y de la ilegitimidad de su destitución- ha prevalecido el respeto al funcionamiento de las instituciones. No se le ocurrió a Dilma, durante su mandato, reprimir a los que anunciaban sus intenciones de destituirla, disolver el congreso o despojar a los  congresistas de tal investidura. Tampoco dijo al ser destituida “Vamos a gobernar desde abajo”.

Y lo apuntado antes sobre Venezuela no es casual. No solo por la identidad ideológica del chavismo y el orteguismo, que se precian ambos de «izquierda», sino porque la actualidad de Venezuela puede ser nuestro futuro. En Nicaragua, como bien sabemos, el régimen ha destruido la democracia y establecido la corrupción. Porque es aquella la que impide esta, o al menos posibilita, cuando las instituciones funcionan, que sea detectada, perseguida y castigada.

De lo anterior se desprende que el arco de alianzas a configurar para enfrentar exitosamente al orteguismo, debe tener de forma inequívoca, como ejes programáticos transversales, el restablecimiento de la democracia y la extirpación de la corrupción, desafíos íntimamente interrelacionados uno al otro. Y en la composición de esa alianza, no debe haber ninguna exclusión de quienes asumen consecuentemente esas banderas.

Sin embargo, la sola declaración de la necesidad de constituir esa alianza e incluso la voluntad de hacerlo, no es suficiente. Es claro que el universo de fuerzas opositoras al orteguismo no es homogéneo. Y me refiero a las fuerzas auténticamente opositoras, no a las que desempeñan voluntariamente el papel de «opositores», pero que están al servicio del régimen.

El pecado del sectarismo y de la autosuficiencia es fatal en política. Y en Nicaragua no es la izquierda democrática, representada en el MRS, quien lo padece. Por el contrario, ha sido por la correcta identificación de las contradicción fundamental de esta etapa histórica, hecha desde sus instancias,  que impulsa -en calles y salones-  el modelo de alianza más adecuado para hacer frente al régimen.

Pero si bien hay sectores en los movimientos sociales progresistas que padecen de sectarismo, o un comprensible pero ya injustificable prejuicio anti partidos, es desde la derecha doctrinaria, opuesta ciertamente al orteguismo, que más se agitan viejos fantasmas o se levantan obstáculos para una unidad amplia frente al régimen.

La experiencia histórica está a la vista: los grandes hitos en la lucha por la democracia en Nicaragua, solo se han conseguido con frentes amplios, diversos ideológicamente y multiformes orgánicamente. Otros intentos fracasaron o sucumbieron ante el poder que se pretende desplazar.

Más tarde o más temprano, ese frente amplio por la democracia en Nicaragua, y cuyas bases existen, se concretará exitosamente. Quienes lo retrasen, sólo estarán prolongando al orteguismo en el poder, vale decir atrasando la conquista de la democracia.