En Nicaragua: “gracias a Dios, al comandante y a la compañera

Si nos atenemos a las declaraciones de los funcionarios públicos nicaragüenses, o a lo que dicen simpatizantes del gobierno, todo lo bueno que ocurre en el país, es “gracias a Dios, al comandante y a la compañera”, porque así lo “orientaron” estos últimos. No importa si es la captura, la liberación o el asilo de un delincuente, la limpieza del parque comunal, el goce de un prolongado fin de semana o que nadie murió en el país por la gripe porcina. En ello no hay nada casual.

Cuenta  Ryszard Kapuscinski, en el monumental reportaje global Viajes con Heródoto, que una de las cosas que más le impresionó en la China de los años cincuenta, fue la dificultad de auscultar en las verdaderas opiniones de los funcionarios y ciudadanos chinos, porque a todo respondían con las muletillas de “como señala el dirigente Mao…”  o “siguiendo las indicaciones del dirigente Mao…”. Todo era como era por la voluntad del Gran Timonel. Para entonces, en la extinta URSS el culto a la personalidad de Stalin estaba en la cima, sin embargo, por autocensura o porque la URSS no figuró en ese periplo, el polaco no la refiere.

El culto a la personalidad es un producto -concebido y diseñado- de los aparatos propagandísticos de regímenes totalitarios, que incorpora en la narrativa oficial como una verdad indiscutible, que los hechos sociales, trascendentes y nimios, los supuestos aciertos y las grandes obras, ocurren por la voluntad o la sabia visión de quien ejerce el poder, cuyo desempeño histórico, además, es sobredimensionado hasta la deificación. El empleo del recurso de la divinidad –por alusión directa o por asociación- se hace para reforzar el poder terrenal. El culto al líder -o lideresa- es un componente sustancial de la ideología que se pretende establecer como cultura única y soporte del régimen que se pretende eternizar.

El culto a la personalidad solo se da en regímenes totalitarios, aunque la sola existencia de estos no lo presupone. Está claro que su práctica es incompatible en las sociedades democráticas, en las que con distintos grados de perfección, prevalece la institucionalidad y la voluntad ciudadana.

La característica definitoria de los regímenes totalitarios es la concentración de poder en la cúpula, sea una  junta militar, la familia o el grupo que lo detenta en ejercicio de una supuesta representación. Pero siempre la cúspide del poder está personalizada. En China fue Mao, en la URSS, Stalin, en la ex Yugoslavia, Tito; en Cuba, Fidel; en Rumanía, Ceausescu.

En todos los casos, los apelativos acuñados han sintetizado el papel protagónico y supuestamente determinante que se les atribuyó: Mao era el Gran Timonel, Stalin literalmente el Hombre de Acero, Fidel El Caballo, Ceausescu el Visionario.

En Nicaragua, en los últimos diez años la promoción del culto a la personalidad ha ido de la mano a la concentración de poder en la pareja Ortega-Murillo y del establecimiento de un cuasi monopolio de los medios de comunicación.

Este culto a la personalidad tiene al menos dos rasgos particulares. Uno es que se rinde  a Daniel Ortega y simultáneamente a Rosario Murillo, quien ejerce como alter ego y vocero de aquel. De esta forma, y por la afinidad que les une, se ha cultivado a través de varias vías -pero con la auto referencia cotidiana como una de las más importantes- la figura de  la Murillo como la exclusiva receptora y continuadora de los supuestos valores que su esposo representa. Él, el comandante presidente, el líder; ella, la compa, la compañera, la eternamente leal. Se ha promovido el binomio, pero apuntando a posicionarla a ella en el imaginario colectivo como la heredera indiscutible del poder, hecho además que se pretendió legalizar en la farsa electoral del 6 de noviembre pasado.

Otra característica es el empleo del factor religioso y las permanentes alusiones a Dios, como recursos funcionales del culto a la pareja Ortega-Murillo. Se coloca al dúo en el mismo nivel de la divinidad como hacedores de la historia. La carencia del aval institucional de la Iglesia Católica en un país mayoritariamente católico a esta figura, es un factor que ha debilitado este componente, pero no lo ha  inutilizado del todo.

Lo religioso, incorpora además, en un curioso eclecticismo, elementos esotéricos. Numerosos árboles de lata, pésimas copias de los Arboles de la Vida de Gustavo Klimt, instalados en las principales vías de las ciudades  y los singulares diseños de ornamentos  públicos, son los símbolos corpóreos más conocidos de este rasgo, pero no los únicos.

Sin embargo,  el factor geográfico y el contexto histórico en que se promueve el culto a la pareja que detenta el poder en Nicaragua no le es favorable. Si bien no alcanza los extremos ridículos que se dan en Corea del Norte ni las extravagancias que practican algunos dictadores africanos, no es por falta de voluntad de sus promotores, es porque incurrirían en el ridículo facilitando el rechazo popular.

La sola existencia de fronteras terrestres con dos países y el constante flujo migratorio con estos y otros fuera de la región, permite el acercamiento de los ciudadanos nicaragüenses  a realidades políticas y culturales distintas, que le posibilitan una aleccionadora comparación.

De otra parte, la penetración de los medios de comunicación internacionales está fuera del control del régimen y las redes sociales son un escenario de resistencia y cuestionamiento al discurso oficial. En ambos espacios el orteguismo está  a la defensiva. Controlarlos, censurarlos o prohibirlos, le acarrearía altísimos costos políticos, pero no debe descartarse que intenten hacerlo en el futuro.

Sin embargo, lo más relevante y la debilidad estructural del culto orteguista y de su propaganda, es que no se corresponden con la dinámica social. En este caso, como en otros, si bien el falseamiento de la realidad puede  ser temporalmente eficaz, históricamente está condenado al fracaso. Por eso las dictaduras caen, tarde o temprano, pero siempre caen.

(Publicado en MUNDIARIO-España el 30 de abril, 2017)

Se caen las mentiras de Daniel Ortega

Hace algunos años, un político español -de izquierdas para más señas-, comparaba las personalidades del presidente venezolano Hugo Chávez, entonces en el pináculo de su carrera política y de Daniel Ortega. Decía que Chávez podía llegar a ser incluso simpático, que administraba de forma desordenada los recursos de los que disponía, en cambio el nicaragüense por mucho que se esforzaba, no lograba generar simpatía genuina en sus interlocutores y que siempre estaba buscando recursos, los que igualmente mal administraba o desaparecía. Finalmente decía, Chávez, para bien o para mal, hace lo que dice, Ortega en cambio, o hace lo contrario a lo dicho, o muy pronto se desdice. Miente a menudo  de forma rampante sellaba.

Individualidades aparte, la demagogia y el cinismo son inherentes al populismo. Y si bien siempre encuentran caldo de cultivo por doquier, tienen mayores posibilidades de tener éxito -que siempre será temporal y parcial- en las sociedades que sufren mayor atraso educativo. Ello explica el porqué el populismo, en todas sus variantes, mantiene el atraso a conveniencia o, en el caso de las expresiones más autoritarias, controla y manipula la educación formal, que la asume como parte del aparato de propaganda.

En Nicaragua, el orteguismo que ejerce un control absoluto de la educación formal pública, incluyendo la universitaria, y cuasi absoluto de los medios de comunicación, ha hecho de la divulgación gubernamental un acto cotidiano de propaganda y de los contenidos educativos -programas y textos- una  labor sistemática y permanente de culto a la personalidad de la pareja Ortega-Murillo, a quienes presentan como los exclusivos gestores y autores de la pasada épica revolucionaria y de  todo “lo bueno” que hoy ocurre en el país.

Dos ideas centrales figuran de forma transversal en la narrativa cotidiana orteguista. La primera es  que la gestión del gobierno contra la pobreza es exitosa, beneficiando a la población de logros sociales y la otra  es la reivindicación de la legitimidad del  gobierno, democrático y respetuoso  de los derechos de los nicaragüenses, dicen.

Si bien hay sectores de la población nicaragüense, especialmente los beneficiados con las acciones asistencialista del régimen que son todavía su base política activa y hasta hace poco la denuncia provenía solo de la oposición política a Ortega y de expresiones de la sociedad civil, hoy el mentís a las falacias oficiales es cada vez más generalizado y contundente.

Hace pocas semanas el PNUD dio a conocer el Informe sobre Desarrollo Humano 2016. Dicho informe, que se elabora sobre la base de las cifras que proveen los gobiernos nacionales, evalúa una serie de variables a fin de concluir el grado de bienestar económico, social y cultural de la población. En este informe Nicaragua ocupa el lugar número 124 de un universo de 188 países. Hace 10 años figuraba en el 112.

Dicho de otra manera: la gestión del régimen de Daniel Ortega que asumió la presidencia en enero del 2007, ha sido ineficaz y Nicaragua ha retrocedido 12 escalas en 10 años, en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, que es –según el mismo informe- un 35 % pobre en el segundo país más pobre de América.

De otra parte, Ortega fue oficialmente reelecto en los comicios del 6 de noviembre del 2016, de los que fue arbitraria e ilegalmente excluida la auténtica oposición y en los que se experimentó un 70 % de abstención. Difícilmente puede reconocerse como legítimo un gobierno que surge en esas circunstancias.

Pero hay más. En febrero pasado el Parlamento Europeo emitió una resolución en la que recuerda al estado de Nicaragua la “necesidad de respetar los principios del Estado de Derecho, la democracia y los derechos humanos» e instó a la Unión Europea  a «vigilar estrechamente la situación en el país y a adoptar, si fuera necesario, medidas concretas”. Medidas que solo asoman en el terreno de recorte a la cooperación económica.

En Washington, el miércoles 5 de abril, 25 congresistas, entre  republicanos y demócratas, presentaron para su discusión, una nueva versión del proyecto de ley conocido como Nica Act (Nicaraguan Investment Conditionality Act) que retoma la iniciativa presentada en la legislatura pasada  que no logró ser discutida.

La Nica Act, en esta nueva versión, plantea de manera más categórica al régimen de Ortega la necesidad de restablecer el estado de derecho y la democracia, respetar las libertades ciudadanas, así como investigar y castigar la corrupción en las instituciones estatales. En caso contrario, todos los préstamos al gobierno nicaragüense en los organismos financieros internacionales, no serán aprobados por EE UU, “excepto por razones humanitarias, o para promover la democracia en Nicaragua”. Y, después de 90 días de aprobada la ley, EE UU daría a conocer un informe sobre la corrupción en Nicaragua.

El Informe del PNUD, la resolución del Parlamento Europeo y el proyecto bipartidario de la Nica Act en el Congreso de los EE UU, demuestran que el discurso de  Ortega se ha agotado. En Nicaragua no hay ni democracia ni superación de la pobreza. Es la corrupción la que se ha instalado.

Como decía el político español citado al inicio, Ortega miente a menudo. La diferencia es que ya no engaña.

(Publicado en MUNDIARIO, España 7.4.2017)