Orteguizan a Sandino y…a Darío!

A propósito del reciente centenario de la muerte de Rubén Darío, se evidenció una vez más la recurrente conducta del régimen por manipular a su antojo y en favor de sus singulares intereses, valores y símbolos nacionales. Es lo mismo que ocurre cuando presentan versiones alteradas de los hechos históricos y de sus protagonistas. Y como en Nicaragua no hay un mes en el que no figure alguna efeméride, celebración o conmemoración, pues hay hartas oportunidades para que lo hagan. Y lo seguirán haciendo….mientras estén.

Sin embargo, no hay en ello ni error ni inocencia. Ciertamente hay torpeza, porque lo hacen de forma tan burda, que quedan en evidencia. Pero lo que busca el régimen no es  rigurosidad histórica ni didáctica literaria, lo que persigue es legitimarse ante la población y también ante la comunidad internacional.

La legitimidad de un poder político no es más que su aceptación social, aceptación que se traduce en que el ejercicio ciudadano, de apoyo, rechazo o inconformidad, se da bajo la premisa de reconocer -guste o no- que el mismo se ha establecido legalmente y que su gestión es expresión de la voluntad cívica expresada en los comicios.

Pero Ortega sabe que solo pudo llegar a la presidencia y mantenerse, violentando la Constitución, haciendo añicos las tiernas instituciones democráticas que existían en el país y cuando le ha sido necesario, desatando violencia represiva desde el Estado o administrándola desde allí. Sabe también que hay una creciente oposición manifiesta a su régimen y un rechazo cada vez menos silencioso. Por ello, el calificativo de inconstitucional, es absolutamente válido. Y el de autoritario no menos.

Sabe pues, que carece de la legitimidad que presume. Por eso la busca. Y recurre a la religión, a la enajenación de los intereses de la nación en su proyecto y a la manipulación de la historia y la adulteración de la memoria. Así se presenta -Ortega-como el único y auténtico continuador -propietario y unigénito- de  Sandino y de los valores nacionales que este encarnó, como el hacedor omnipresente de la gesta que fue el derrocamiento de la dictadura somocista. Y si hasta ahora nos han presentado un Sandino orteguista,  esta vez a poco estuvieron de hacer lo mismo con Darío, algunos de cuyos versos alteraron de forma zarrapastrosa y fusionaron con los lemas oficiales.

Pero el afán de procurarse legitimidad en glorias pasadas y ajenas -ajenas porque no son suyas y son extrañas a sus fines-, es característico de los regímenes autoritarios. Hugo Chávez se hizo llamar “Hijo de Bolívar”. Y, claro, ahora Maduro dice ser el “Hijo de Chávez”. Somoza reivindicaba a José Santos Zelaya, Pinochet a Bernardo O´Higgins.

Ciertamente es responsabilidad de cualquier Estado afianzar la identidad nacional de cada país, fortalecer sus símbolos y valores nacionales y reconocer a quienes los han representado y construido, como Sandino y Darío en Nicaragua. Lo que no es aceptable, y por el contrario es condenable, es que con pretextos de celebración los retuerzan en favor del despropósito de legitimar el régimen de Daniel Ortega, que está en las antípodas de la herencia dariana y de la lucha por la soberanía nacional. Pero sabemos que lo seguirán haciendo…mientras puedan, mientras estén.